viernes, 6 de junio de 2025

Reflexiones sobre la batalla de Tacna

 

I

Muy poco se habla de la batalla de Tacna, que tuvo lugar hace 145 años el 26 de mayo de 1880, en la cual Bolivia y Perú presentaron al ejército invasor chileno su última esperanza de poder detenerlo y expulsarlo de los territorios de Atacama (departamento del Litoral) y Tarapacá (departamento peruano) que habían sido ocupados por un poderoso ejército chileno. La batalla de Tacna está magistralmente relatada por Roberto Querejazu Calvo en su libro “Guano, Salitre, Sangre”. A continuación se presenta un resumen de este relato.

El general Narciso Campero eligió a la meseta de Intiorco, a 10 Km de la ciudad de Tacna, para esperar y enfrentar al ejército chileno. Ubicó a las divisiones en sus sitios de combate, alternando a las peruanas con las bolivianas. Se hicieron ejercicios de defensa y ataque.

El ejército aliado en la noche previa al día de la batalla, hizo un intento fallido de sorprender al ejército chileno que estaba acampado a 11 Km en Quebrada Honda. Sorprendidos por la camanchaca o niebla del desierto, el ejército aliado se perdió en el terreno y tuvo que regresar a sus posiciones de combate, a donde llegaron entre las 6 y las 8 de la mañana. Cuando se disponían tomar desayuno, se produjo el toque de generala avisando que el ejército chileno se encontraba a la vista. Todos los batallones ocuparon el lugar que tenían señalado para enfrentar al enemigo.

El ejército aliado estaba distribuido en tres alas, el ala derecha comandada por el contralmirante Lizardo Montero, la del centro por el coronel Miguel Castro Pinto y la de la izquierda por el coronel Eliodoro Camacho. Estaba compuesto por 12.000 combatientes, 6.500 peruanos y 5.500 bolivianos. Como artillería tenía 17 cañones y seis ametralladoras. Su caballería no pasaba de 300 jinetes. El ejército chileno contaba con 19.600 combatientes, gran cantidad de baterías de montaña y campaña operadas por 1.950 hombres y una caballería de 2.300 jinetes.

El ejército boliviano estaba compuesto en su mayor parte por voluntarios sin ninguna preparación militar, los más antiguos habían estado en Tacna vegetando durante trece meses sin realizar ejercicios militares y los nuevos de la Quinta División habían llegado desgastados por la penosa marcha de cinco meses por el gélido altiplano. Algunos soldados, como los del batallón Loa, tenían experiencia de combate en Pisagua, San Francisco y Tarapacá. Otros tenían la experiencia de combates en los golpes de estado.

La batalla se inició con el duelo entre las artillerías, que no tuvo mayores efectos. Las unidades de la primera división del ejército chileno, con sus 3.200 combatientes, se lanzó en ataque contra el ala izquierda comandada por el coronel Camacho. Sus combatientes resistieron con mucho valor el ataque. El batallón Sucre compuesto por jóvenes adolescentes de la ciudad de Sucre, penetraron profundamente en el campo enemigo, pero a un costo muy alto que significó su aniquilación en un 81 %. Cuando la resistencia se hizo precaria, el coronel Camacho pidió al general Campero refuerzos, quien le mandó a los batallones Aroma y Colorados. Los dos batallones lograron recuperar el terreno perdido. Su avance fue detenido por el ataque de un batallón de la caballería chilena que lograron dispersar, pero ya no pudieron contra la tercera división chilena y tuvo que replegarse.

En las alas del centro y de la derecha los aliados combatieron también con mucho valor, resistiendo el ataque chileno de la segunda y cuarta división respectivamente. A las cuatro horas de combate, los aliados llegaron al límite de sus fuerzas. En cambio el ejército chileno contaba con la tercera división que recién comenzaba a entrar en combate, con su caballería casi intacta y con una reserva de 4.300 hombres. Superados numéricamente por el ejército chileno, sin contar con mayores refuerzos, los combatientes que quedaban, agotados y sin municiones, tuvieron que replegarse. El general Campero se reunió con el contralmirante Montero, jefes que habían sobrevivido al combate y el prefecto de Tacna, decidieron que el ejército aliado sobreviviente se retirase del campo de batalla. Los bolivianos iniciaron el camino de regreso a su patria.

En el camino de regreso, en Yarapalca, el general Campero escribió el 27 de mayo de 1880 al Presidente de la Convención Nacional: “Señor: el día de ayer, en una meseta situada a dos leguas de Tacna, después de un reñido y sangriento combate de 4 horas, fue deshecho el ejército aliado de mi mando. Hubo momentos en los que la victoria parecía balancearse, más la gran superioridad del enemigo, en número, calidad de armamentos y demás elementos bélicos, hizo inútiles todas mis disposiciones y los esfuerzos de los bravos defensores de la Alianza”.

 

II

Bolivia jugó su última carta en la batalla de Tacna para expulsar al ejército chileno, que había tomado por las armas el departamento del Litoral, junto con Perú que tenía ocupado su departamento de Tarapacá. Pero ambos países tenían que enfrentar a un ejército muy bien preparado. Bolivianos y peruanos combatieron con mucho valor, pero no pudieron con la superioridad del ejército chileno en hombres, armas y preparación militar. Los bolivianos que murieron en Tacna fueron tan héroes como Eduardo Abaroa, pensemos en los colegiales del regimiento Sucre, que renunciaron a una vida de bienestar y prosperidad que hubieran tenido en Sucre, con la riqueza de las familias a que pertenecían, para morir defendiendo al menos el honor de Bolivia.

La mujer boliviana estuvo presente en la batalla de Tacna. Después de la batalla, mujeres de pollera recorrían el campo de batalla buscando al esposo, a la pareja o al hijo, que no volvió a Tacna, algunas llevando una criatura en la espalda o llevando un niño de la mano. Cuando encontraban al que buscaban, caían de rodillas a su lado abatidas por el dolor. Era el compañero de vida al que habían seguido cargando víveres y ollas, para servirle de apoyo moral, cocinera y amante. El último servicio que le hacían era cavarle una tumba. También había madres que encontraban al hijo que había caído defendiendo a la patria.

Veamos el penoso camino que tuvo que recorrer el país para llegar a la batalla de Tacna, a la que nunca debía haber llegado.

Hacía el año 1842 comenzó la incursión de explotadores chilenos en el departamento del Litoral, junto con ocupaciones que hacía la armada chilena de territorio boliviano. El 20 de agosto de 1857, la corveta de guerra Esmeralda impuso el dominio de Chile hasta el paralelo 23, por encima de la bahía de Mejillones, donde se habían descubierto enormes depósitos de guano. Durante el gobierno de José María Achá se produjo una disputa entre un contratista que respondía al Gobierno Boliviano y otro que respondía al Gobierno Chileno, por la explotación del guano de Mejillones. El contratista chileno fue apresado por el Gobierno Boliviano. Como represalia el Gobierno Chileno envió dos barcos de guerra, que ocuparon el puerto de Mejillones y tomaron posesión de los depósitos de guano. Ante estas acciones de guerra, el Congreso Boliviano autorizó al poder ejecutivo a declarar la guerra a Chile. Para procurar un arreglo pacífico con el Gobierno de Chile, el Gobierno envió a Santiago a don Tomás Frías. El canciller chileno Manuel Tocornal, al final de las conversaciones declaró que “Chile no podía abstenerse de ejercer los actos propios de la soberanía en el territorio que posee”. Ante el fracaso de la misión, el Congreso Boliviano desistió de declararle la guerra a Chile, por carecer de los medios materiales para sostener una guerra con un país de mayor poder bélico, pero sin renunciar al derecho que tenía sobre el territorio usurpado.

La decisión del presidente Mariano Melgarejo de integrar la alianza que Chile formó con Perú y Ecuador para defenderse de una flota española que estaba amenazando su independencia, hizo cambiar la actitud de Chile con respecto al conflicto de límites que tenía con Bolivia. En reconocimiento del apoyo y la amistad que Bolivia le daba, Chile le ofreció que “podía redactar el tratado de definición de fronteras en los términos que le dictase la conciencia de sus derechos territoriales, Chile lo aceptaría sin regateos”. El canciller chileno Vergara Albano propuso que “si Bolivia lo prefería, Chile estaba dispuesto a firmar el tratado de límites”. El canciller boliviano Mariano Muñoz respondió que “no queriendo quedar a menor altura de sentimientos, ello podía aplazarse”. En mayo de 1866 la flota española se retiró y volvió a España. Una vez que desapareció la amenaza, el gobierno chileno cambió su actitud con Bolivia, ya no estaba dispuesto a hacer concesiones gratuitas y a renunciar al guano de Mejillones.

Lo que si obtuvo Bolivia es el tratado de límites de 1866, en el que se establecía que el límite entre los dos países era el paralelo 24 y que los beneficios del guano y los minerales que se encontraran entre los paralelos 23 y 25 se dividirían entre los dos países. Fundamentalmente se obligó a Chile a reconocer la soberanía de Bolivia sobre la península de Mejillones y el territorio al norte del paralelo 24.

El siguiente conflicto con Chile se produjo durante el gobierno de Agustín Morales, fue por la ubicación del yacimiento de plata que surgió en Caracoles. Según el gobierno chileno, el yacimiento estaba ubicado entre los paralelos 23 y 24, por lo que Chile tenía derecho a la mitad de los impuestos que se cobraban, por la exportación de los minerales de Caracoles. El conflicto se arregló amigablemente, según instrucciones del presidente Morales de evitar “un conflicto que le diese a Chile pretexto para apoderarse de todo el Litoral boliviano”. Se firmó un protocolo que reiteraba el tratado de 1866, que fue aprobado por Congreso Chileno y rechazado por el Congreso Boliviano.

 

III

Al haber sido rechazado el protocolo, el Gobierno Chileno envió una misión diplomática a La Paz para defender los intereses chilenos y exigir el cumplimiento del tratado de 1866. Habiendo fallecido el presidente Agustín Morales, fue reemplazado por don Adolfo Ballivián. En noviembre de 1873, la Asamblea Legislativa reunida en Sucre aprobó un impuesto del 6 % sobre la extracción de minerales en toda la república, lo que afectaba a la explotación de minerales en Caracoles. El representante chileno Walker Martínez advirtió que la aplicación del impuesto podría traer graves consecuencias, como el rompimiento de relaciones entre los dos países, lo que podría traer a su juicio “solo ruina y desprestigio”. Añadía que “la unión es lo que más conviene, para que la industria y el comercio prosperen en el Litoral, para beneficio de los dos países”.

Al Gobierno de Chile no le convenía un rompimiento con Bolivia, puesto que estaba en un serio conflicto de límites con la Argentina, que podría derivar en un conflicto armado, por lo que instruyó a su representante llegar a un acuerdo con el Gobierno de Bolivia. Con el representante boliviano Mariano Baptista decidieron, siguiendo los propósitos de sus gobiernos, en substituir el tratado de 1866 en uno nuevo. En un muy poco tiempo, redactaron un nuevo tratado, que firmaron el 6 de agosto de 1874. El tratado ratificó al paralelo 24 como límite entre las dos repúblicas y la partición de beneficios de los depósitos de guano que se encontraban entre los paralelos 23 y 24. El artículo cuarto estipulaba que las personas, industrias y capitales chilenos que operaban dentro de estos paralelos, no sufrirían ningún aumento en los impuestos por 25 años.

El presidente Ballivián falleció y asumió la presidencia don Tomás Frías. Los sectores políticos que querían llegar al gobierno, tomaron como bandera política la oposición al tratado. El ministro Mariano Baptista tuvo que defenderlo muy acremente en las sesiones a la que fue llamado por la Asamblea Legislativa. Justificó la partición de beneficios, porque era la única solución práctica para conciliar los intereses de los dos países. Justificó el artículo cuarto, con un análisis que hizo de la situación en que se encontraba el Departamento del Litoral, desconectado del territorio nacional y donde “apenas se deja sentir el aliento de la vida civil y política del interior, donde no podemos intervenir ni con los elementales recursos de la vida económica”. Expuso la cruda realidad de la ocupación chilena del Litoral, la poca presencia de población boliviana y la ausencia de capitales bolivianos. Finalmente el tratado de límites fue aprobado por la Asamblea.

Entre los paralelos 23 y 24, el salitre fue la tercera riqueza que ocasionó el conflicto por el que el gobierno de Chile procedió a ocupar el Departamento del Litoral. Durante el gobierno de Mariano Melgarejo comenzó la explotación del salitre por la sociedad Melbourne Clark y Compañía, constituida por capitales británicos y chilenos. Durante el gobierno de Agustín Morales, la sociedad obtuvo una superficie para explotar salitre, donde se encontraban los yacimientos Salar del Carmen y Las Salinas. Para explotar los dos yacimientos, la sociedad que era de responsabilidad limitada, se convirtió en sociedad anónima con la emisión de bonos en la bolsa de Santiago. La nueva sociedad tomó el nombre de “Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta”.

Antes de que se realizaran las elecciones para elegir al presidente de la república, el general Hilarión Daza apresó al presidente interino Tomás Frías y se declaró presidente. El 10 de febrero de 1878 la Asamblea aprobó un impuesto de 10 centavos por quintal de salitre explotado por la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta. El presidente Daza decidió hacer efectivo el cobro del impuesto, ignorando la nota que el representante chileno presentó, haciendo saber que el Gobierno de Chile “daría por anulado el tratado de 1874, si se insistía en la vigencia del impuesto de 10 centavos”. También ignoró la disposición del Gobierno de Chile de discutir “tranquila y amigablemente para arribar a un acuerdo común y si ello no fuera posible, habría llegado la oportunidad de entregar el punto controvertido al fallo de una potencia amiga”. Desdeñó también la oferta de Aniceto Arce de construir un ferrocarril que uniese el Litoral con el interior del país, lo que Arce hizo cuando el Litoral ya estaba en poder de Chile.

El Gobierno ordenó al prefecto de Antofagasta Severino Zapata, a hacer efectivo el cobro del impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado por la Compañía de Salitres. El cobro no se hizo efectivo y el prefecto procedió al embargo y al remate de los bienes de la compañía. El prefecto Zapata advirtió al gobierno de la imposibilidad de realizar el remate, de las acciones agresivas de la población chilena y la inminente intervención de Chile, por “las destempladas notas que se han cambiado con el cónsul de Chile, … y por la presencia en nuestras costas de un buque de guerra”. No obstante estas advertencias, el prefecto fue conminado, por decisión del presidente, de llevar a efecto todos los efectos del juicio coactivo, hasta obtener la adjudicación de los bienes de la compañía en favor del fisco. Finalmente el gobierno dispuso la rescisión del contrato con la Compañía de Salitres, creyendo que no habiendo contrato, no había a quien cobrar el impuesto. No habiendo impuesto, no había violación del tratado de 1874 y no cabría alguna intervención del Gobierno de Chile, que ya había decidido la ocupación de Antofagasta.

 

IV

Al amanecer del 14 de febrero de 1879 llegaron a Antofagasta los buques de guerra Cochrane y O´Higgins. A las ocho, del Cochrane bajó un bote con un capitán y una tropa de soldados y entregaron un mensaje al prefecto Zapata del “Comandante en jefe de las Fuerzas de Operaciones en el Litoral Boliviano”, que decía: “Considerando el Gobierno de Chile roto por parte de Bolivia el Tratado de 1874, me ordena tomar posesión con las fuerzas de mi mando del territorio comprendido en el grado 23”.

Chile podía haber reivindicado sus derechos en el territorio comprendido entre los paralelos 23 y 24, pero inició una guerra de conquista con el fin de apoderarse del Departamento del Litoral de Bolivia y del Departamento de Tarapacá del Perú. Chile reunió un fuerte ejército en Antofagasta y concretó la toma del Litoral boliviano. Solo encontró una débil resistencia de 135 defensores en Calama el 23 de marzo de 1879. Con buques blindados de mayor calibre, la armada chilena capturó al Huáscar, el único buque de guerra que tenía el Perú, con lo que obtuvo el dominio sobre el mar. Para la conquista del Departamento de Tarapacá, el ejército chileno desembarcó en Pisagua. En San Francisco derrotó al ejército Perú boliviano, ocasionando su desbande. Con lo que quedaba del ejército peruano (incluyendo el regimiento Loa boliviano) y el ejército boliviano, que improvisadamente se pudo reunir en Tacna, los aliados se dispusieron en Tacna a presentar batalla al ejército chileno, cuyo relato hemos presentado en la primera parte de este artículo.

De regreso a La Paz, el general Narciso Campero recibió un correo, en el que se le comunicaba que la Convención Nacional lo había elegido como Presidente Constitucional de la República. Durante su presidencia, Mariano Baptista fue enviado a Tacna a negociar un tratado de paz con su amigo personal Eusebio Lillo, gobernador de los territorios ocupados. En la primera entrevista, Lillo presentó a Baptista un memorándum en el cual Chile le ofrecía a Bolivia entregarle los territorios de Arica, Tacna y Moquegua, la construcción de un ferrocarril del Litoral a los departamentos del sur, crédito para construir otro de la costa a los departamentos del norte y libre tránsito a perpetuidad por los puertos chilenos. El tratado ligaba a los dos países en una unión de sus intereses comerciales, industriales, políticos y de defensa. Como paso previo para discutir y arribar al tratado, podría fijarse una tregua. Baptista envió el memorándum a La Paz y pidió plenos poderes para firmar la tregua. Lillo pidió también poderes a Santiago, los cuales le fueron concedidos, pero a Baptista le fueron negados. Una de las razones era que no se podía sacrificar al aliado y había que consultarle previamente.

Agobiado por la ocupación chilena, que era prácticamente solo de Lima, Perú firmó el 20 de octubre de 1883 el tratado de Ancón, que dio a Chile “la propiedad perpetua e incondicional del Departamento de Tarapacá” y la posesión de Tacna y Arica hasta que un plebiscito, a realizarse en 1893, decidiese su soberanía. Con este tratado, el Perú comprometió radicalmente la soberanía de Bolivia sobre el Litoral y la posibilidad de obtener Arica y Tacna como una alternativa de salida al mar.

Ante la amenaza de una invasión y por la difícil situación en que se encontraba el país, el gobierno decidió enviar una misión diplomática a Santiago a negociar un acuerdo de paz, que asegure las condiciones indispensables para la supervivencia de Bolivia, una de las cuales era una salida soberana al mar. Pero los enviados Salinas y Boeto tuvieron que firmar el 4 de abril de 1884 el documento de tregua impuesto por el Gobierno de Chile, a fin de evitar una invasión que tenía preparada este gobierno.

Durante los gobiernos conservadores de Gregorio Pacheco, Aniceto Arce y Mariano Baptista se realizaron gestiones para obtener la posesión de Arica y Tacna, que no prosperaron. El primer presidente liberal coronel José Manuel Pando, que después de la batalla de Tacna era (como todos los miembros del partido liberal) partidario de seguir guerreando contra Chile, pero ya habían pasado 20 años de la batalla de Tacna y la cruda realidad era que Bolivia ya no podía hacer nada para restablecer su calidad de país con territorio marítimo. El presidente Pando y su gobierno asimilaron la situación y adoptaron una nueva política basada en obtener de Chile una compensación económica para construir ferrocarriles que uniesen a Bolivia con el océano Pacífico y vinculasen internamente sus principales ciudades y facilidades para realizar su comercio exterior a través del Pacífico.

El gobierno del presidente Pando inició conversaciones para negociar un tratado de paz siguiendo los lineamientos de su nueva política. El tratado de paz fue firmado por su sucesor don Ismael Montes el 20 de octubre de 1904, que reconoce a Chile el dominio absoluto y perpetuo del Departamento del Litoral, el compromiso de construir un ferrocarril desde el puerto de Arica hasta la ciudad de La Paz, el pago de obligaciones por garantías para construir ferrocarriles a lo largo de todo el territorio, la entrega de la suma de 300.000 libras esterlinas y el reconocimiento a Bolivia del más libre tránsito comercial por su territorio y puertos del Pacífico.

 

V

El tratado de 1904 significó para Bolivia la pérdida de su Litoral, hecho que nunca fue aceptado por los bolivianos. Se considera que Bolivia sufrió por parte de Chile una usurpación injusta y violenta de ese territorio marítimo y que tiene derecho a una salida soberana al océano Pacífico. En los 120 años que han pasado del tratado de 1904, se han hecho gestiones ante organismos internacionales para obtener una salida soberana al mar, que no tuvieron éxito y que culminaron con la gestión del gobierno de Evo Morales ante la Corte Internacional de Justicia, que en 2018 ratificó la vigencia del tratado de 1904 y dictaminó que Chile no tenía nada que reconocer a Bolivia.

Los que negociaron el tratado de 1904, José Manuel Pando e Ismael Montes, reconocieron que la pérdida del Litoral era irreversible, que la obtención de una salida soberana era impracticable y que lo mejor para Bolivia era aceptar la cruda realidad y concentrarse en el desarrollo del país. La mejor aproximación que tuvo Bolivia para lograr la reivindicación marítima, fue cuando Pinochet ofreció un corredor situado en su frontera con el Perú. Lo hizo porque temía que se produjera un conflicto armado con la Argentina y Bolivia se convirtiera en aliado de esta nación.

El fuerte sentimiento de reivindicación marítima de los bolivianos, se ha expresado en un profundo resentimiento con los chilenos, en muchos casos con un patriotismo barato de odiar a Chile y con gobiernos que usaron la reivindicación, como una política de buscar el apoyo popular. Evo Morales creyó que logrando la reivindicación marítima, se iba consagrar como el eterno gobernante del país. Se han presentado proposiciones absurdas como la de no utilizar puertos chilenos, cuando se eligen los puertos para la exportación considerando el aspecto económico y para la importación, las que eligen los puertos son las compañías navieras. La consigna para la caída del gobierno democrático de Gonzalo Sánchez de Lozada fue que no se exportara gas por un puerto chileno y ahora se utiliza el puerto de Arica para importar combustibles y quizá se tenga que usarlo para importar gas.

El sentimiento de enclaustramiento no tiene mucha validez, ya que no tenemos costa marítima, pero nuestra situación geográfica no ha cambiado, estamos cerca al mar y se tiene una conexión íntima con el océano Pacifico. Desde que apareció el hombre en la costa y en el altiplano, tuvieron entre sus habitantes una relación estrecha, incluso familiar. El agua dulce de la costa proviene de las montañas. Tarapacá y Atacama fueron parte del imperio de Tiwanaku. Esa relación continúa en el presente. Arica, Iquique y Antofagasta se relacionan económicamente más con Bolivia que con el resto de Chile. El folclore del norte de Chile es el folclore boliviano. Hay que recordar que Arica, que nunca fue boliviano, ha sido el puerto histórico de Bolivia y sigue siendo el puerto que sirve a la economía del país y es el destino de los bolivianos para disfrutar del mar. Iquique es el puerto donde los bolivianos adquieren mercaderías de valor y Antofagasta es el puerto que sirve a Bolivia para la exportación de sus minerales.

La historia ha demostrado que es mejor estar en buenas relaciones con Chile, que estar en guerra con él. No se puede culpar a los chilenos de hoy día por la pérdida del Litoral, fueron los chilenos de hace más de 140 años los que nos lo arrebataron. Pero es también verdad que los bolivianos de ese tiempo, no hicieron lo que se tenía que hacer para conservarlo y habido la actuación de un caudillo irresponsable, que solo quería gozar del poder, el que llevó a Bolivia y Perú a una guerra que nunca debía haber ocurrido.

En los primeros 55 años de la república, Bolivia era un feudo de los caudillos, prácticamente no había país. A los 145 años de la batalla de Tacna, gracias al gobierno de un caudillo de la misma laya que el caudillo de ese tiempo, Bolivia se encuentra en similares condiciones. Es un país con una aguda crisis económica, al que nuevamente se tiene que reconstruir. Se tiene que restituir la justicia, el estado de derecho y el principio de autoridad. No se tiene instituciones que manejen el aparato del estado. Lo que se ha instituido son los bloqueos, la toma de propiedades, el contrabando, la minería ilegal, la quema de bosques y el irrespeto a la ley. El caos y el desorden imperan en el país.